Rafael Jesús González





Luna navideña

La nochebuena en el desierto es repleta de estrellas recién pulidas pero 
ninguna luce tan ostentosa como la luna plena que acaricia el lomo de la 
montaña extendida como lagartijo dormido. Al costado, la montaña luce 
su propia estrella de luces eléctricas como joya de alguna orden 
masónica. A esta frontera donde se dice que casi se encuentran las puntas 
de las colas de la Sierra Madre al sur y la Sierra Rocosa al norte se le 
llama El Paso del Norte por donde se han colado por los siglos 
comerciantes del imperio mexica, conquistadores gachupines asándose 
en sus yelmos y corazas de acero, gringos aventureros, y refugiados de 
las dictaduras y del hambre. Ha sido puerto y puerta de peregrinos, de 
pobres en busca de albergo, de abrigo, de refugio, de trabajo. 

En nochebuena en otros tiempos se llevaban a cabo las posadas a tiempo 
para la misa de gallo en la catedral. Han llegado los santos peregrinos y 
nace el niño de la luz. Aleluya, aleluya, aleluya — y paz en la Tierra. 

Pero no es sólo en esta noche que el Río Bravo y la montaña, la luna y 
las estrellas ven llegar a José (y Pedro y Pablo y Juan) y a María (y 
Chayo y Rosa y Carmen) y ven, en pesebre o no, nacer a Jesús (y Lupe, 
Arturo y Susana, Francisco y Cecilia) todos niños de luz. Pero aun no 
hay paz en la Tierra. 

Para estas noches, desde que yo era niño, en la Plaza de San Jacinto (o 
de los lagartos) se ha decorado, justo por sesenta y dos años, un árbol 
navideño gigante lleno de luces (y, a mi niñez, de maravillas) con una 
estrella encendida en la punta. Arriba, las estrellas del cielo están muy 
lejos y, aunque enormes más allá de la imaginación, aparecen muy 
pequeñas a la vista. Pastores o no, nadie espera que nos canten los 
ángeles y, si fuéramos sabios, nos contentaríamos con nuestra humilde 
luna, espejo de nuestra propia estrella el bendito Sol, lo bastante 
asombroso aunque chica entre estrellas, y nos daríamos cuenta de que la 
paz en la Tierra no nos llegará de los cielos sino de nosotros mismos, 
hechos todos de polvo de estrella.



Christmas Moon

Christmas eve in the desert is full of recently polished stars but none 
shines so brightly as the full moon that caresses the back of the mountain 
stretched like a lizard asleep. On its side, the mountain wears its own 
star of electric lights like a jewel of some Masonic order. This border 
where it is said that the tips of the tails of the Sierra Madre to the south 
and the Rocky Mountains to the north almost meet is called El Paso del 
Norte (Pass of the North) through which have filtered merchants of the 
Mexica empire, Spanish conquistadores roasting in their helmets and 
breastplates of steel, gringo adventurers, and refugees from dictatorships 
and hunger. It has been the port and door of pilgrims, of the poor in 
search of lodging, of shelter, of refuge, of work. 

On Christmas eve in other times the posadas came to their close in time 
for midnight mass at the cathedral. The holy pilgrims have arrived and 
the child of light is born. Halleluiah, halleluiah, halleluiah — and peace 
on Earth. 

But it is not only on this night that the Río Grande and the mountain, the 
moon and the stars see José (and Pedro and Pablo and Juan) and María 
(and Chayo and Rosa and Carmen) come, and see, in a stable or not, 
Jesús (and Lupe, Arturo and Susana, Francisco and Cecilia) born, all 
children of Light. But even so, there is no peace on Earth.

For these nights, since I was a child, in San Jacinto (or Alligator) Plaza 
has been decorated a giant Christmas tree full of lights (and, to my 
childishness, marvels) with a star lit at its tip. Above, the stars of the 
heavens are very far away and, though enormous beyond imagining, 
appear very small to the sight. Shepherds or not, no one expects the 
angels to sing to us, and, were we wise, we would content ourselves with 
our humble moon, mirror of our own star the holy Sun, awesome enough 
though small as stars go, and we would realize that peace on Earth will 
not come to us from the heavens but from ourselves, all made from the 
dust of stars.