Celeste Rueda de Oración Había un hombre, no sabio pero prodigioso con su corazón, liberal con sus bendiciones. Donde quiera que iba dejaba pedazos del corazón aquí y allá. Le llamaban tonto por entregar así su corazón, por ser tan libre con sus bendiciones. (No le importaba gran cosa porque creía que había cosas mucho más peores que ser.) A través de los años, las personas, los seres (no decir los lugares) que tenían derecho a su corazón aumentaron hasta ser demasiados para visitar. ¡Ay! jamás podría viajar el mundo para bendecir a cada uno de ellos; los días eran demasiado cortos para escribirles cartas a cada uno de ellos; en verdad, las noches eran demasiado cortas para rezar por cada uno de nombre. A lo más, recitaba sus nombres como una letanía y poco a poco esa letanía se convirtió en su rezo. Pero se adormecía y antes de que dijera la media, la tercera, la cuarta, la quinta parte de la lista, el sol lo despertaba. Recurrió a escribir los nombres de cada uno y los colocó sobre su altar ante el cual hacía sus ritos. Pero pronto no había lugar para sus imágenes, sus talismanes, sus jícaras de ofrenda, su sahumador, sus plumas sagradas. Entonces, aprendiendo de los Lamas del alto Tibet, obtuvo una inmensa rueda de oración en la cual colocó su letanía de nombres. Pero no era hombre fuerte y sólo podía voltear la rueda a lo más cinco veces, cuatro, tres, dos, una — y al fin ni una. Llegó tiempo que en ocasión de la luna plena, recogía los nombres y señas electrónicas de los que pudiera y les enviaba en la red del espacio electrónico un poema que decía así: Esta noche la luna es una rueda de rezo de plata en las alturas del cielo rodada por los ángeles. Escucha bien: cada rodar te envía bendición. Y luego (bendiciendo a familia, amigos, colegas de muchos años, a los que ocupado un breve espacio en su vida, a algunos con quienes se había encontrado por sólo un momento, tal vez en una ciudad extraña; a los con quienes, sin nombre, solamente había compartido una mirada que dejó una marca profunda en su corazón, su memoria) volvía hacia la luna plena, intentaba vaciar su mente de pensamientos, y permitía a los ángeles su voltear, voltear de la rueda. Así pasó que en noches de luna plena se sentaría en contemplación e imaginaría que la luna era una inmensa rueda de oración que contenía los nombres de todos los que él anhelaba bendecir rodada por los ángeles. Su alma coyote (su nagual) aullaba a la luna y él se imaginaba que su rodar celeste repercutía su aullido de rezo, de bendición hacia cada uno que tuviera un pedazo de su necio corazón. Celestial Prayer-Wheel There was a man, not wise but prodigious with his heart, liberal with his blessings. Everywhere he went he left pieces of his heart here and there. They called him fool for thus giving his heart away, for being so free with his blessings. (He didn’t much mind for he thought that there were far worse things to be.) Through the years, the persons (not to mention the places) who laid claim to his heart grew to be too many to visit. Alas, he could not travel over the world to bless each one; the days were too short to write them each a letter; in fact, the nights were too short to pray for each of them by name. At best he would recite their names like a litany and gradually this litany became his prayer. But he would grow sleepy and before he had said a half, a third, a fourth, a fifth the list, the sun would wake him. He took to writing out the names of each and placed them on his altar before which he would perform his rites. But soon there was no room for his images, his power-objects, his offering bowls, his incense burner, his prayer-feathers. So, learning from the Lamas of high Tibet, he obtained a huge prayer- wheel in which he put his litany of names. But he was not a strong man and he could only turn the wheel at most five times, four, three, two, one — and finally not at all. A time came when on occasion of the full moon he would gather the names and electronic signs of those he could and send them in the net of electronic space a poem that read like this: Lunar Prayer-Wheel The moon tonight is a silver prayer-wheel in the heights of heaven turned by the angels. Listen closely: each spin sends you blessing. And then (blessing family, friends, colleagues of many years; ; those who had occupied a brief space in his life; some encountered for but a moment, perhaps in a strange city; those with whom, nameless, he had merely exchanged a glance that left a deep mark in his heart, his memory) he would turn to the full moon, attempt to empty his mind of thoughts, and let the angels do their turning, their turning of the wheel. Thus came to be that on nights of the full moon, he would sit in contemplation and fancy the moon to be a huge prayer-wheel, containing the names of all he could ever bless, turned by the angels. His coyote soul (his nagual) would howl to the moon and he fancied that its celestial spin echoed his howl of prayer, of blessing to each who held a piece of his foolish heart.